lunes, 19 de agosto de 2013

Los que pagamos siempre

(conversación mantenida entre un grupo de prisioneros civiles y militares españoles en manos de los franceses acerca de que van a hacer los soldados del Emperador con ellos)”[…]Qué van hacer con nosotros? -pregunta el soldado.El paisano, que está sentado en el suelo y apoyado su espalda en la de otro preso, hace un gesto de ignorancia.-Puede que nos fusilen, y puede que no. Aquí cada uno dice una cosa diferente… Hablan de diezmarnos: como somos muchos, a lo mejor fusilan uno de cada tantos, o así. Otros dicen que van a matarnos a todos.-¿Lo consentirán nuestras autoridades?El chispero contempla al soldado como si éste fuera tonto. La cara de Suárez, barbuda, sucia y mojada, brilla grasienta a la luz de las antorchas. García observa que tiene los labios agrietados por los golpes y la sed.-Mira alrededor, compañero. ¿Qué ves?… Gente del pueblo. Pobres diablos como tú y como yo. Ni un oficial detenido, ni un comerciante rico, ni un marqués. A ninguno de esos he visto luchando en las calles. ¿Y quiénes nos mandaban en Monteleón?… Dos simples capitanes. Hemos dado la cara los pobres, como siempre. Los que nada teníamos que perder, salvo nuestras familias, el poco pan que ganamos y la vergüenza… Y ahora pagaremos los mismos, los que pagamos siempre. Te lo digo yo. Con una madre de sesenta y cuatro años, mujer y tres hijos… Vaya que si te lo digo yo.-Soy militar -protesta García-. Mis oficiales me sacarán de aquí. Es su obligación.Suárez se vuelve hacia el preso que está a su espalda, escuchándolos -el banderillero Gabriel López-, y cambia con él una mueca burlona. Después se ríe amargo, sin ganas.-¿Tús oficiales?… Ésos están calentitos en sus cuarteles, esperando que escampe. Te han dejado tirado, como a mi. Como a todos.-Pero la patria…-No digas tonterías hombre. ¿De qué hablas?… Mírate y mírame. Fíjate en todos estos simples, que se echaron a la calle como nosotros. Acuérdate de la hombrada que hemos hecho en Monteleón. Y ya ves: nadie movió un dedo… ¡Maldito lo que importamos a la patria!-¿Por qué saliste a luchar entonces?El otro inclina un poco el rostro, pensativo, las gotas de lluvia corriéndole por la cara.-Pues no sé, la verdad -concluye-. A lo mejor no me gusta que los mosiús me confundan con uno de esos traidores que les chupan las botas… No permito que se meen en mi cara.Manuel García señala con el mentón a los centinelas franceses.-Pues éstos nos van a mear y bien.Una mueca lubona, desesperada y feroz, descubre los dientes de Suárez.-Éstos, puede ser -replica-. Pero los que dejamos destripados allá arriba, en el parque… De esos te aseguro que ni uno.”
 
Arturo Perez Reverte “Un día de cólera”

(conversación mantenida entre un grupo de prisioneros civiles y militares españoles en manos de los franceses acerca de que van a hacer los soldados del Emperador con ellos)


”[…]Qué van hacer con nosotros? -pregunta el soldado.

El paisano, que está sentado en el suelo y apoyado su espalda en la de otro preso, hace un gesto de ignorancia.

-Puede que nos fusilen, y puede que no. Aquí cada uno dice una cosa diferente… Hablan de diezmarnos: como somos muchos, a lo mejor fusilan uno de cada tantos, o así. Otros dicen que van a matarnos a todos.

-¿Lo consentirán nuestras autoridades?

El chispero contempla al soldado como si éste fuera tonto. La cara de Suárez, barbuda, sucia y mojada, brilla grasienta a la luz de las antorchas. García observa que tiene los labios agrietados por los golpes y la sed.

-Mira alrededor, compañero. ¿Qué ves?… Gente del pueblo. Pobres diablos como tú y como yo. Ni un oficial detenido, ni un comerciante rico, ni un marqués. A ninguno de esos he visto luchando en las calles. ¿Y quiénes nos mandaban en Monteleón?… Dos simples capitanes. Hemos dado la cara los pobres, como siempre. Los que nada teníamos que perder, salvo nuestras familias, el poco pan que ganamos y la vergüenza… Y ahora pagaremos los mismos, los que pagamos siempre. Te lo digo yo. Con una madre de sesenta y cuatro años, mujer y tres hijos… Vaya que si te lo digo yo.

-Soy militar -protesta García-. Mis oficiales me sacarán de aquí. Es su obligación.

Suárez se vuelve hacia el preso que está a su espalda, escuchándolos -el banderillero Gabriel López-, y cambia con él una mueca burlona. Después se ríe amargo, sin ganas.

-¿Tús oficiales?… Ésos están calentitos en sus cuarteles, esperando que escampe. Te han dejado tirado, como a mi. Como a todos.

-Pero la patria…

-No digas tonterías hombre. ¿De qué hablas?… Mírate y mírame. Fíjate en todos estos simples, que se echaron a la calle como nosotros. Acuérdate de la hombrada que hemos hecho en Monteleón. Y ya ves: nadie movió un dedo… ¡Maldito lo que importamos a la patria!

-¿Por qué saliste a luchar entonces?

El otro inclina un poco el rostro, pensativo, las gotas de lluvia corriéndole por la cara.

-Pues no sé, la verdad -concluye-. A lo mejor no me gusta que los mosiús me confundan con uno de esos traidores que les chupan las botas… No permito que se meen en mi cara.

Manuel García señala con el mentón a los centinelas franceses.

-Pues éstos nos van a mear y bien.

Una mueca lubona, desesperada y feroz, descubre los dientes de Suárez.

-Éstos, puede ser -replica-. Pero los que dejamos destripados allá arriba, en el parque… De esos te aseguro que ni uno.”

Arturo Perez Reverte “Un día de cólera”